Me gustaría compartir la experiencia que he vivido con mi familia y amigos este puente de San José. Hemos disfrutado de la nieve, a todos nos encanta. Mis dos hijos mayores ya han ido con anterioridad, pero resulta que para nuestro peque Agustín era su debut.
El primer día llegamos a las pistas y le encantó ver tanta nieve ya que no estamos acostumbrados a ver nevar en donde vivimos.
Le colocamos los esquís y a los cinco minutos dijo: “Mamá yo ya no quiero esquiar más, estoy cansado”. Claro a mi marido y a mí se nos transformó la cara, madre mía, acabamos de llegar y ya se quiere ir. Intentamos entretenerlo un poquito hasta que llegó Juanito, su profe, que tenía contratada la difícil tarea de enseñarle a esquiar.
Al regresar, ¿cuál fue nuestra sorpresa?, nuestro hijo estaba encantado con la nieve y deseoso de enseñarnos sus avances. ¡Asombroso! Pensamos: ya sabe bajar, girar y parar. ¡Este Juanito es la caña! Los dos días restantes fueron estupendos, aprendió mucho y le gustó. Menos mal porque si no hubiera sido así me temo que los viajes familiares a la nieve habrían llegado a su fin.
¿Por qué comparto esto?
Bien por el simple motivo de que aunque tengamos miedo de realizar algo, si somos perseverantes, traspasamos la barrera de la incertidumbre y nos dejamos tutelar, podremos ver con facilidad, qué rápido aprendemos a hacer lo que queramos, es importante tener empeño, ser persistentes y dejarnos enseñar.
Por este motivo lo he comparado con el esquí, necesitamos sí o sí superar el miedo y dejarnos caer hacia la pendiente para aprovechar estar inercia y utilizarla a nuestro favor para poder girar.
Si traslado esto a mi misma, cuando tenga por delante un reto personal, cambio de circunstancias, etc… tengo que ser valiente y demostrarme que si quiero puedo, a pesar de las complicaciones que puedan surgir por el camino, las tomaré como un proceso de aprendizaje bien dirigido y tutelado.
Responsable de Locales y Negocios Punzano